La LABoral de Gijón propone al espectador una lectura sobre los vínculos de las prácticas artísticas y científicas y una reflexión sobre el temor de la sociedad a los avances tecnológicos. Y lo hace a través de una muestra en la que 20 artistas, partiendo de la clásica obra de ciencia ficción de Mary Shelly, se cuestionan temas como el cambio climático, las políticas de género, la ética, el control, el poshumanismo, el hacking, el colonialismo o el neoliberalismo. Hasta el 21 de mayo
Bajo el título Los Monstruos de la Máquina. Frankenstein en el siglo XXI, esta exposición, comisariada por Marc Garret (director de Furtherfield), propone al espectador una reflexión sobre la advertencia que subyace en la novela de la británica Mary Shelly sobre los efectos involuntarios y dramáticos que las tecnologías y la imaginación de los científicos ejercen sobre el mundo.
Doscientos años después de ser escrita esta novela (Shelly escribió Frankenstein o el moderno Prometeo en 1816 y fue publicada anónimamente en 1818 en Londres), este libro de ciencia ficción y terror gótico, que ha inspirado a millones de personas en el mundo, sigue ofreciendo una lente a través de la cual observar las actuales prácticas artísticas y científicas y cómo éstas conforman la relación de la sociedad con la tecnología y los cambios sociales que han tenido y tienen lugar.
En la novela de Shelly, el doctor Frankenstein representa el “papel del científico prometeico, un genio creativo y también algo narcisista enredado en sus propios deseos y que explota al prójimo animado por una pulsión irresponsable y abusiva por controlar la naturaleza”, explica el comisario en el catálogo de la exposición. Y esto da pie a que nos preguntemos quién de verdad es el auténtico monstruo, ¿el sufrido mutante, el doctor o los dos al mismo tiempo? Un interrogante que la muestra lo traslada también a cuestiones como el papel que han desempeñado las artes y las tradiciones científicas y lo hace abordando “problemáticas como parte de nuestra cotidianidad, estudiando su desarrollo dentro del Antropoceno y el cambio climático, de las políticas de género, la ética, la gobernanza, el control, el poshumanismo, el transhumanismo, el hacking, el biohacking, el colonialismo, el neoliberalismo, la biopolítica y el aceleracionismo”.
Así, en esta muestra colectiva pueden verse las obras de 20 artistas nacionales e internacionales, como Cristina Busto, Mary Flanagan, Carla Gannis, Regina de Miguel, Genetic Moo, Fernando Gutiérrez, Lynn Hershmann Lesson, Shu Lea Cheang, Gretta Louw, Joana Moll, Cédric Parizoto o los colectivos [AOS] Art is Open Source y Warnayaka Art Centre que presentan obras como una máquina de poesía que usa el genoma humano para crear un montaje de vídeo autoeditado que abarca los trece años que costó descifrar la secuencia del ADN humano, una pieza conmemorativa y una visualización algorítmica al servicio de un hito histórico-científico.
Con avatares impresos en 3D representando cuerpos retorcidos por el dolor que se relacionan con unos mundos virtuales carentes de geografía; el resultado es una grieta/herida por todas partes y por ninguna. Los visitantes pueden participar también en una instalación accionada por software, un experimento performativo de neurociencia social con el que descubrir los sesgos psicológicos que compartimos. O una instalación surrealista que presenta una fusión distópica de “realidad” en el remoto desierto australiano y relatos tradicionales de fantasmas y cuentos oníricos, mezclados con ciencia ficción. También un bot customizado redibuja el mapa del desierto del Sáhara en una performance guionizada algorítmicamente, que recorre el paisaje de datos de Google Maps y rellena un blog en Tumblr y sus centros de datos.
Esta exposición deja claro que tanto los artistas como los científicos a veces trabajan con los mismos instrumentos, marcos y arquetipos, cómo surgen hibridaciones y cómo se desdibujan las fronteras entre la fantasía imaginativa y la realidad objetiva. Como comenta Marc Garret, en estos tiempos, ese “clásico sueño tecnoutópico de computadoras que nos liberarían a todos y nos brindarían herramientas con las que sostener la democratización planetaria, nos parece lejano y hasta cierto punto estéril”.
Desde que se supo del control masivo ejercido por la NSA y Prism sobre los usuarios de Internet, hemos sido testigos a diario de nuevos planteamientos de vigilancia y manipulación. Nos asomamos a un precipicio y no nos queda más opción que lanzarnos a ese mar de distopías disfuncionales y contemplar, directamente, aquello en que nos hemos convertido y seremos: los Monstruos de la Máquina. Y sobre todas estas cuestiones surge que nos planteemos de nuevo una pregunta: “¿Seguimos habitando nuestros cuerpos, o compartimos nuestros materiales corpóreos para que otros los cuantifiquen, reconfiguren y construyan, extraigan datos y gestionen desde la distancia?”.