La muestra Sorolla. Apuntes de Nueva York en el Museo Carmen Thyssen de Málaga está compuesta por una serie de guaches y dibujos que el pintor realizó en su segundo y último viaje a Estados Unidos en la primavera de 1911. Estas vistas urbanas fueron tomadas por el artista desde la ventana del hotel Savoy, donde se alojaba, y revelan a un Sorolla distinto al pintor de la luz del Mediterráneo, más audaz y moderno, que pinta para sí mismo. La exposición permanecerá abierta hasta el 8 de enero
Se calcula que Joaquín Sorolla pintó alrededor de 4.500 obras a lo largo de su vida, lo que da la medida del que es uno de los rasgos más definitorios de su personalidad: el de ser un trabajador incansable. “Sorolla trabajaba muchas horas y muy deprisa, por el afán de captar la luz o la espontaneidad del momento, y además desarrolló una técnica pictórica muy rápida. Pintar era una pasión para él, tan solo igualada por la que sentía por su familia, y no concebía que hubiese otra profesión más bonita que la del pintor”, comentaba Consuelo Luca de Tena, directora del Museo Sorolla de Madrid, en una entrevista en el número 186 de Descubrir el Arte.
Sin embargo, desde muy joven, Sorolla tuvo claro que no bastaba solo con trabajar incansablemente, sino que debía acceder también al mercado del arte y, por ello, ya en la década de 1890 empezó a presentar sus obras en los salones de París, consciente de que era allí donde tenía que hacerse un nombre. En 1895, el Estado francés le compró La vuelta de la pesca, que pasó a formar parte de la colección del Museo de Orsay, y, en 1900, obtuvo el Gran Premio de la Exposición Universal por el conjunto de su obra. En 1906 hizo su primera gran exposición individual en la galería Georges Petit de París, una de las más importantes de la ciudad, logrando un gran éxito tanto de público como de crítica.
Gracias a la notoriedad alcanzada en París expuso también en Alemania y en Londres, en la galería Crafton, donde conoció a Archer Huntington, el fundador de la Hispanic Society. Este le ayudó a organizar su primera exposición en Nueva York en 1909, que fue un triunfo clamoroso, con más de cien mil visitantes en un mes. Vendió muchísimo y además le encargaron muchos retratos (entre ellos el del propio presidente de la nación) y muchos cuadros. El reconocimiento de su obra en EE UU le reportó sustanciosos ingresos que consolidaron su situación económica y le permitieron construir la casa de la calle General Martínez Campos de Madrid, que fue su taller y el hogar familiar hasta el fin de sus días y que ahora es la Casa-Museo de Sorolla.
En 1911 repetiría visita a Nueva York y es precisamente esta segunda estancia del pintor en la ciudad, entre el 22 de abril y el 24 de mayo de 1911, la que recoge la exposición del Museo Carmen Thyssen de Málaga, compuesta por una serie de guaches procedentes del Museo Sorolla que retratan escenas urbanas pintadas por Sorolla desde la ventana de la habitación del hotel Savoy donde se alojaba, así como algunos dibujos realizados en los reversos de los menús de los restaurantes que muestran a los sofisticados clientes, damas elegantes con sombreros y caballeros de etiqueta, y los primeros esbozos de uno de sus conjuntos de obras más conocidos, Visión de España (en concreto corresponden a la organización de estas piezas en el espacio de la biblioteca). Por un lado, la muestra deja patente la fascinación que sintió el artista por Nueva York y, por otro, acerca al visitante a unas obras que revelan uno de los aspectos menos conocidos del trabajo del pintor.
Como decíamos más arriba, Sorolla era un trabajador infatigable, que continuamente hacía dibujos, bocetos, tomaba apuntes o notas de color, lo que dio como resultado una ingente producción de ese tipo de obras, que en los últimos años han sido estudiadas en profundidad por parte de diversos especialistas y que son motivo frecuente para exposiciones. Y es en esas pequeñas obras, estudios de luz o de figuras para acometer otras mayores, donde se adivina la gran maestría de la mano de Sorolla, así como el brío y la soltura de su pincelada.
Lo que sorprende de estos guaches neoyorquinos, menos conocidos y expuestos que otros apuntes, es que revelan a un Sorolla distinto al famoso pintor de la luz del Mediterráneo, más audaz, moderno, libre del peso del encargo, que pinta para sí mismo y que quiere dejar constancia de las sensaciones vividas en el viaje. Algunas de estas obras están realizadas sobre los propios cartones de las camisas entregadas a la lavandería y fueron ejecutadas en guache porque permitía a Sorolla una mayor agilidad. Su mirada es como la de un halcón desde las alturas que se queda extasiado ante la visión urbana. Así, desde una perspectiva vertical, Sorolla nos muestra el dinamismo de la ciudad, las luces eléctricas de la noche, el ruido de la vida urbana, a los peatones caminando por las calle o la nieve y la lluvia sobre el asfalto. La gama cromática es delicada y sugerente, “con colores fríos, lo que acentúa el aspecto liviano, casi imaginado y brumoso, complementado a veces por toques de un rojo intenso”, explica Lourdes Moreno, directora artística del Museo Carmen Thyssen de Málaga.
En definitiva, en estas delicadas obras el visitante descubrirá que “el artista y el espectador son una misma persona, contagiados y unidos por el atractivo de unas escenas llenas de vida, una vez más copiadas con maestría por Sorolla ‘del natural’”, añade Lourdes Moreno.
Ángela SANZ COCA