El Whitney Museum de Nueva York cuenta en su colección con un conjunto importantísimo, por cantidad y calidad, de retratos. Ahora organiza en su nuevo edificio la exposición Interés Humano, con la intención de reflejar el poder y la fascinación de este género y cómo ha evolucionado en el último siglo. Se muestran trescientas obras realizadas entre 1900 y 2016. Inaugurada este mes de abril en dos fases (los días 6 y 27), puede visitarse hasta febrero del próximo año
Esta exposición es una celebración del retrato, que se materializa en dos plantas del Whitney Museum dedicadas a mostrar, organizadas temáticamente, trescientas obras de este género de aproximadamente doscientos artistas. La representación humana es un tema eterno de la historia del arte, pero esta exposición se limita al último siglo con los fondos de este museo norteamericano. El idilio entre el Whitney y el retrato empezó a fraguarse desde la fundación del museo en 1930; la misma Gertrude Vanderbilt Whitney demostró siempre mucho interés por el arte figurativo y esa inquietud se ha prolongado hasta ahora. En sus fondos cuentan con miles de retratos y la selección que han realizado ahora responde al deseo de mostrar juntas obras muy conocidas con otras que lo son menos, que acaban de incorporarse a la colección o que apenas han sido expuestas. La intención es mostrar aproximaciones al retrato muy diferentes tanto por lo que quieren contar por cómo lo cuentan. Hay artistas que lo han utilizado para representar la belleza, otros para reivindicar cuestiones de género, raza, sexualidad… La fotografía tiene un peso importante, pero no es el único lenguaje que aparece, y a veces las representaciones son más simbólicas que realistas.
Las obras se organizan en doce temas. Entre ellos el Retrato de Artista, que reúne autorretratos y retratos de artistas realizados por otros artistas. El argumento es sencillo: conocer cómo se ve a sí mismo el artista o cómo refleja la relación con un colega. Con la importancia de Edward Hopper en la colección del Whitney, no es de extrañar que desde el museo subrayen su presencia en este apartado. Lo hace con un dibujo que realizó de Guy Péne du Bois y con el dibujo que este hizo de Hopper, así como con su mítico autorretrato con sombrero. Este es uno de los pocos autorretratos de Hopper en su madurez (hay muchos más de su primera etapa) y en él no deja ninguna huella sobre su condición de pintor. Parece estar de paso en un espacio anónimo. Es un cuadro cargado de posibilidades narrativas, como también lo es otra de las obras suyas que muestra la exposición: una mujer desnuda que se deja bañar por el sol que entra por la ventana de la habitación.
A esta sección corresponde también el retrato de Andy Warhol por Alice Neel. La artista tenía setenta años cuando lo realizó, y hacía dos que Warhol había sufrido un atentado que le obligó a llevar, de por vida, el corsé que deja ver al desnudarse de cintura para arriba. La fragilidad y vulnerabilidad de su cuerpo contrastan con ese halo de trascendencia que desprende su rostro. El mito del pop cierra los ojos en su soledad, sentado en un banco que parece parte de una obra inacabada. El comisario y escritor Trevor Fairbrother asegura que no es así, que la artista paró cuando decidió que tenía lo que quería. «El cuadro no necesita nada más». De la misma artista es el inquietante retrato de Elsie Rubin que encabeza esta página, enfrentado al de Hopper (De izquierda a derecha: Autorretrato, por Edward Hopper, 1925-30, óleo sobre lienzo, 64,5 x 51,8 cm, y Elsie Rubin, por Alice Neel, h. 1958, óleo, ambos Nueva York, Whitney Museum of American Art). Otros ejemplos significativos: Berenice Abbott visto por Walker Evans; Edgard Varèse esculpido en el alambre de Alexander Calder, o el doble retrato de Joseph Stella y Marcel Duchamp de Man Ray. El autorretrato protagoniza otro apartado de la exposición, aquel que se fija en cómo los artistas, sobre todo a partir de los años 80, utilizan su propia imagen para posicionarse en la sociedad en las que les toca vivir. Así lo han hecho Jean-Michel Basquiat, Cindy Sherman o Charles Ray.
Pasamos, de la mano del argumento de la exposición, a poner el foco en el espectáculo y en sus protagonistas. A principios del siglo XX, muchas artistas reflejaron en sus obras un nuevo glamour y una nueva idea de fama que rodeó al vodevil, el cabaret, el teatro, las competiciones deportivas… Con su interés por ellos y por su forma de retratarlos, fueron alimentando aún más la fascinación del público por estas estrellas. Mencionamos aquí la fotografía de Marlene Dietrich de Edward Steichen (en quien nos fijamos en Descubrir el Arte cuando el pasado año el Musero Bozar de Bruselas le recordó con una exposición) o el primer plano del bailarín y coreógrafo Michio Itō que realizara Toyo Miyatake, Una fotografía con una fuerza increíble.
Del estrellato al anonimato de las escenas urbanas. Retratos de la sociedad realizados muchas veces de forma casi fortuita, en los que algunas escenas más que captarse a veces se robaban. El fotógrafo en ocasiones utilizó su cámara como herramienta de denuncia. En este sentido la exposición subraya el trabajo de Lewis Hine en Newsies at Skeeter’s Branch y su lectura política. Más miradas urbanas: Diane Arbus, Robert Frank o Nan Goldin.
En todos ellos esa sociedad se retrata, de una u otra forma, a través de la figura humana; pero la exposición reserva un apartado para los retratos sin gente. ¿Son posibles? Parece que sí. Georgia O’Keeffe se autorretrató a través del cráneo de un animal y unas flores y la lata de café Savarin llena de pinceles es considerado un autorretrato de Jasper Johns. De gran simbolismo es Synecdoche, de Byron Kim, que encierra en ese mosaico de rectángulos cuarenta retratos, entre los que se encuentran el suyo, el de Robert Gober o el de Annette Lemieux, todos artistas con obra en el Whitney. Pero, obedeciendo al significado de su título, toma solo un rasgo para definir el todo, en este caso, el color de la piel de cada uno de ellos. Esta obra se presenta en una sección articulada por la imagen institucional en la que, por ejemplo, se denuncia, a través de las obras de Gary Simmons y Glen Ligon, los estereotipos que relacionan al hombre de color con la violencia.
No podía faltar una sección dedicada al desnudo con fotografías de Robert Mapplethorpe, Peter Hujar o Deana Lawson y muchos otros que utilizan el cuerpo para hablar de la belleza o para denunciar la marginación en la que viven algunos colectivos. Aquí lo que se quiere subrayar es que el desnudo se ha transformado de un ideal clásico a un género decididamente personal y contemporáneo; un género con el que los artistas se enfrentan a los sentimientos contradictorios que puede producir el cuerpo humano: fascinación y repulsión, remordimiento y placer, inhibición y libertad.
Detrás de cada retrato hay una historia, que muchas veces va mucho más allá de las circunstancias personales del modelo. El retrató al artista del performance Ron Athey se enmarca en un momento en que Catherine Opie exploraba nuevas posibilidades para reflejar cuestiones sobre identidad y sobre respuestas políticas y sociales ante la amenaza del SIDA. Opie colocó a Athey delante un fondo que quería recordar la brillantez del artista renacentista Hans Holbein.
El Whitney ofrece con esta exposición una maravillosa oportunidad de indagar en los cambios sociales que reflejan esos rostros -o los símbolos de los mismos- de su colección. La muestra, que se inauguró en dos fases (el 6 y el 27 de abril), puede visitarse hasta el 12 de febrero de 2017.