Las Caballerizas del Quirinal de Roma acogen un centenar de obras, entre pinturas y dibujos, de la Edad de Oro de Parma. Un recorrido que rememora el protagonismo de una corte que compartió protagonismo junto a Florencia, Venecia y Roma en el Renacimiento italiano. Hasta el 26 de junio
Los responsables del afortunado destino artístico de Parma fueron dos prodigiosos artistas, Antonio Allegri, apodado Correggio (1489-1534) y Francesco Mazzola, apodado Parmigianino (1503-1540). Del primero, que se trasladó a Parma en la cumbre de su carrera y que permaneció en ella toda la vida, llega una selección de trabajos, por un lado, la pintura religiosa, que destaca por las grandes emociones que transmite, y por otro, algunos temas mitológicos. Este artista dejó una profunda huella en los artistas posteriores.
Importantes títulos como la Virgen Barrymore de la National Gallery de Washington, el Retrato de Dama del Ermitage, el Martirio de los cuatro santos de la Galería Nacional de Parma, Noli me tangere del Prado o la Escuela de Amor de la National Gallery de Londres muestran su capacidad en expresar una intensa gama de sentimientos.
De Parmigianino, que de Parma extendió su actividad a Roma y Bolonia, se exhiben también obras de temas religioso y mitológico, además de retratos, un género en el que alcanzó cotas de gran maestría.
Entre las obras maestras presentes, destacan el Retablo de Bardi, su primera obra realizada en la adolescencia, el monumental San Rocco para la Basílica de San Petronio en Bolonia, la Conversión de Saúl del Museo de Viena, la Virgen de san Zacarías de los Uffizi o la Esclava turca de la Galería Nacional de Parma, así como Antea, uno de los retratos más sofisticados y enigmáticos de ese siglo.
Uno de los aspectos más interesantes de esta exposición es la conspicua y esmerada selección de dibujos de importantes procedencias, que demuestra el acercamiento radicalmente diferente de los dos maestros a la idea inicial: el sustancialmente funcional de Correggio acompaña a la producción incomparablemente más rica y variada de Parmigianino, totalmente entregado al dibujo, y que podríamos decir que responde a una necesidad casi obsesiva.
El principal objetivo de esta exposición, comisariada por David Ekserdjian, estudioso de la Escuela de Parma, es reivindicar la obra de ambos artistas como una de las más extraordinarias del siglo XVI italiano, y lo hace explorando los caminos recorridos en esa época para elevar el arte en Parma a un nivel jamás alcanzado hasta entonces, y que dio como resultado la llamada “Escuela de Parma”, y que ahora se muestra reunida en una sala.
Antes de la incursión de nuestros protagonistas, la ciudad emiliana no presumía de ser un centro artístico de cierto nivel. Fueron sus obras, especialmente los frescos, realizados in situ las que la convirtieron en una meta incomparable. Otro de los aspectos que recoge esta muestra es la huella imborrable que Correggio y Parmigianino dejaron en un menos conocido grupo de artistas, como Michelangelo Anselmi, Giorgio Gandini del Grano, Girolamo Mazzola Bedoli y Francesco María Rondani, que se formaron en su entorno y cuyas obras maestras se incluyen en el recorrido expositivo.
Uno de los ensayos del catálogo examina las dos carreras, acentuando lo que el segundo aprendió del primero y, especialmente, la relación entre sendos encargos y los de sus contemporáneos en Parma. Refiriéndose no sólo al efecto transformador que esos trabajos ejercieron en todas las iglesias más importantes de la ciudad, e incluso menores, sino extendiéndose al influjo crucial de las respectivas obras gráficas: Rondani y Gandini siguieron casi exclusivamente a Correggio, mientras que para Bedoli fue Parmigiano el que marcó su trabajo, o el caso de Anselmi, que se inspiró en ambos maestros. Estas influencias se revelaron a la postre como un estímulo muy positivo.
Cabe indicar que ni Correggio ni Parmigianino ejercieron toda su actividad en Parma. Como sucedía con muchos artistas del Renacimiento italiano, los primeros trabajos de Correggio no están ni documentados ni fechados, si bien los diversos frescos realizados para San Andrea en Mantua marcan el inicio de su carrera y, teniendo en cuenta que los artistas renacentistas aprendían el oficio desde los dieciséis años, muy probablemente es posible que tuviese contacto directo con el ya anciano Andrea Mantegna en la corte de los Gonzaga del que aprendería su ilusionista perspectiva.
Aunque no es fácil mostrar todos los vínculos artísticos entre ambos homenajeados, es fundamental subrayar que Parmigianino no se desvió nunca de la influencia de Correggio.
Carmen del VANDO BLANCO