Vogue like a painting es una oda a esos objetivos fotográficos que han logrado crear una belleza pictórica sin mesura. Hasta el 12 de octubre, el sótano del Museo Thyssen-Bornemisza expone 60 instantáneas de los fotógrafos de moda más importantes de mitad del siglo XX a la actualidad
¿Qué sucede cuando el arte quiere parecerse al arte? La aparición de la fotografía como algo totalmente nuevo hacia mitad del siglo XIX se topó con una realidad sin precedentes. Los primeros artistas de esta nueva disciplina carecían de modelos previos por lo que buscaron ejemplos en el género artístico más similar: la pintura. Del mismo modo, la disciplina pictórica no se mantuvo ajena a este nuevo invento. Impresionistas y postimpresionistas cambiaron el modo de contemplar el mundo, a veces incluso con encuadres tremendamente fotográficos.
Por otra parte, el binomio imagen-representación se pierde en el tiempo como una de las obstinaciones del hombre para imponer su poder. La apariencia que se proyecta depende ampliamente de las ropas que porte el retratado, como muestran las cartes de visite de 1850, y ahí es donde entra en juego la moda. Los fotógrafos entendieron las instantáneas como algo más que un escaparate de vestidos así que emplearon las modelos y escenografías convenientes para su propia expresividad. La revista Vogue pronto se dio cuenta de que la fotografía debía plasmar «no el objeto, sino el efecto que produce» como escribió Stéphane Mallarmé y ahora se muestra en el Museo Thyssen-Bornemisza a través de 62 fotografías de editoriales de todo el mundo.
Vogue like a painting recoge aquellas instantáneas de grandes fotógrafos de la talla de maestros antiguos como Irving Penn o Annie Lebovitz hasta actuales como Peter Lindbergh o Mert&Marcus, que tienen algún nexo de unión con la pintura. El espectador que tuviese la idea previa de contemplar únicamente fotografías que reprodujesen famosos cuadros de la historia del arte se sorprenderá, pues a pesar de que hay alguno que claramente nos remiten a Zurbarán o Vermeer, hay relaciones mucho más sutiles e igual de interesantes para insertar esas fotografías en la muestra. Algunas de ellas pueden asociarse por el logro de una textura similar al relieve escultórico o a la pincelada, por el empleo de la luz, o por la teatralidad conseguida a través de la composición.
Debra Smith, la comisaria de la exposición, ha mantenido un criterio que va más allá de lo realmente pictórico o temático a la hora de elegir las imágenes de la muestra. Ha tratado de encontrar «una atemporalidad en la pose de las modelos; una especie de lapso mental en el que todo está muy, muy quieto». Una ralentización que ni siquiera necesita modelos humanos como muestra el bodegón de Gran Cornett. En el mundo actual existe una necesidad de quietud, de bajar de marcha y observar cualquier mínimo detalle, por nimio que sea. Este deseo de regocijo en lo contingente se une a la llamada de atención sobre qué es verdaderamente el arte de la fotografía. Soportamos un flujo incontenible de imágenes a diario que hacen tambalear los criterios sobre el valor que poseen. Las instantáneas de Vogue like a painting se alejan del significado «instante» paradójicamente. Al igual que las pinturas, son composiciones reflexionadas, pautadas y esforzadas, no fruto del azar.
Con algunas de las fotografías que cuelgan en la exposición se puede hacer un repaso por momentos cumbre de la historia del arte y, sin embargo, cada una de ellas, por mucho que sea un trasunto de una obra ampliamente conocida, posee su propio alma. Es el caso de la intimidad metafísica de Hopper lograda por Camilla Akrans o Glen Luchford, pero también las versiones de La joven de la perla de Vermeer por Erwin Olaf y Erwin Blumenfeld. La factura pictórica de la Stella de Paolo Roversi es completamente abrumadora pues parece que quien nos mira fijamente a los ojos es una de las mujeres del Picasso de las primeras etapas o de las perturbadoras jóvenes de Egon Schiele. Algo más naïf es la versión de las Tres Gracias que realizó Peter Lindbergh en 2010, titulada Una tarde encantada, donde la moda toma un importante protagonismo. Por su parte, uno de los antiguos maestros, Clifford Coffin, fotografió en 1949 lo que podría ser perfectamente un juego surrealista en una composición en la que dialogan tamaños, formas y colores de forma muy efectiva.
Como si de una exposición de pintura al uso se tratara, las salas están organizadas en torno a los géneros pictóricos de retrato, paisaje e interiores, donde también se insertan las naturalezas muertas y las fotografías del estilo de los retratos de grupo británicos del siglo XVIII. La muestra se completa con dos vestidos de una confección especial: el impresionante Queen Orchid de la diseñadora china Guo Pei, que cierra la exposición en diálogo con la imagen de Cate Blanchett como Isabel I de Inglaterra realizada por Irving Penn, y un etéreo y floral Valentino en la misma sala que los jardines y la Ophelia de Mert Alas y Marcus Piggot.
Natalia de VAL NAVARES