El Palazzo Pitti acoge un completo homenaje a la fundamental figura del barroco florentino Carlo Dolci, cuya delicadeza y poética en la expresión de sus figuras le valieron numerosos seguidores. Destacamos su obra en la retrospectiva exhibida hasta el 15 de noviembre
“En el escenario de la pintura florentina del siglo XVII, Carlo Dolci ocupa un propio paisaje intelectual, porque de su obra emerge un dato de gran contemporaneidad: sintió la exigencia de llevar a cabo un «programa de género», ya que el lenguaje sagrado de la Biblia y del Evangelio se comprende inmediatamente por los evidentes símbolos iconográficos, por los exempla morales y por el estilo de sus textos literarios, Dolci añade una aportación figurativa coherente y exclusiva a la historia de la salvación y a la de la humanidad…”, explica Silvia Bruno, del comité científico.
Después de treinta años de la inolvidable exposición dedicada a la pintura florentina de época barroca –un tema por entonces no considerado digno de atención por parte de la crítica italiana– han sido numerosos los estudios destinados a artistas de Florencia activos en aquel siglo, así como a exposiciones monográficas, como la ya dedicada a Francesco Furini (2007-2008). Por ello, dado el intenso interés suscitado por la pintura del Seiscientos en Florencia, no se podía dejar de recordar a un indiscutible protagonista como fue Carlo Dolci.
El artista que se podría catalogar de «hiperrealista», fue alabado por los críticos y biógrafos de su tiempo por la producción de obras únicas en su género, empleándose con impecable y rigurosa descripción. Muy estimado por los Médici y por la nobleza europea, se distinguió por la magistral pincelada de sus figuras que, estáticas e irradiadas de una luz lunar, resultan de porcelana, envueltas en suaves tejidos, adornadas con espléndidas joyas, hasta tal punto que “por más que se tocase el lienzo para asegurarse de que fuera una pintura, en la mirada permanecía la duda”, afirmaba su biógrafo Filippo Baldinucci.
Casi un centenar de trabajos –entre pinturas y dibujos– componen la selección para este digno homenaje, que expresa el alto nivel cualitativo alcanzado por el artista. Le acompañan más pinturas y esculturas de otros artistas florentinos contemporáneos o algo posteriores, además de un restringido núcleo de pinturas referidas a sus alumnos, que supieron transbordar el lenguaje estilístico del maestro hasta el siglo XVIII.
De la importancia singular de Dolci convencen las obras de los más importantes museos florentinos y extranjeros como el British, el Louvre, los Staatliche, el Nationalmuseum, el Cleveland, l’Alte Pinakothek, la Colección Thyssen Bornemisza, además de la Royal Collection inglesa –que ha prestado Salomé con la cabeza del Bautista, jamás expuesta en Italia–, entre otros. Una ocasión que ha merecido una campaña de restauraciones (33 intervenciones y revisiones) prevalentemente en pinturas de Dolci en el territorio florentino, además de brindar la oportunidad para ahondar en el conocimiento de la muy especial técnica pictórica de este autor, que se valía de recursos muy originales, como el uso del oro para las aureolas aplicado en polvo finísimo y así lograr el efecto difuminado. Se han obtenido otras inesperadas noticias gracias a los análisis radiográficos, a los nuevos documentos y a la correcta lectura de las fechas registradas en las pinturas, que enriquecen el contenido de su catálogo y permiten reconstruir la exacta trayectoria operativa. Pero quizás lo más trascendental estribe en el descubrimiento de obras inéditas o consideradas perdidas y, ahora de probada autoría, presentadas por primera vez.
Se observa que del lento y progresivo rescate del siglo XVII florentino –con una larga tradición filológica de críticas generalmente negativas al estar considerado “nostálgico de los antiguos esplendores”– Dolci sobresale precozmente como un autor entre los más representativos dentro de un esquema didáctico simple y convencional: el de una pintura devota que el autor transcribe a partir de las grandes creaciones del siglo precedente (de Andrea del Sarto hasta Perugino). De hecho, su producción religiosa no revela nada nuevo sino que narra lo que en pintura ya se conoce: visiones y apariciones.
Este gran interés de Dolci por otros pintores de su época y por obras de algunos maestros precedentes fue criticado negativamente por Baldinucci, que observaba en las obras del pintor poco espíritu inventivo y carencia de creatividad compositiva, “imitando de manera estupenda”. Si bien, en su pintura queda valorada la inmensa poética de las figuras en introspectivo diálogo con Dios y la exquisita explicación de los finos tejidos y valiosas joyas de grandes orfebres.
Carmen del VANDO BLANCO
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