El siglo XX fue el marco perfecto para la expresión de la individualidad y, con ello, la reivindicación de las artistas mujeres que siempre estuvieron en la sombra. La exposición En cuerpo y alma otorga a las artistas femeninas el lugar que les corresponde, en una muestra que aglutina el talento y las interpretaciones de diversas féminas desde el siglo XX a nuestros días
La Sala kubo-kutxa de San Sebastián ofrece hasta el 27 de septiembre una exposición discreta en los medios pero de gran calibre, una muestra que recoge la participación y las creaciones de las mujeres artistas del siglo pasado y de la actualidad con el título En cuerpo y alma. Divida en dos temáticas con el hilo común de la intimidad, las comisarias Marisa Oropesa y María Toral han conseguido reunir 79 obras de 59 artistas de la talla de Marina Abramovic, Sonia Delaunay, María Blanchard, Louise Bourgeois o Maruja Mallo. En las paredes de las salas se pueden observar las confluencias y divergencias de estas mujeres a la hora de dar su interpretación estética a temáticas comunes.
En la primera parte de la exhibición, el espectador recibe la privacidad de estas artistas femeninas a través de piezas íntimas, creadas desde el abismo interior del alma, pero también de las representaciones de sus cuerpos desnudos, sin ningún tipo de baluarte. Según palabras de las comisarias: «Las cartografías del alma tienen su reflejo en la naturaleza y en los interiores. Si el cuerpo es el continente y el alma es el contenido podríamos establecer un paralelismo con el paisaje y el interior.» Es por ello que la segunda parte de la muestra se titula «Interior/Exterior» y la naturaleza se convierte en co-protagonista irrumpiendo de manera bucólica y al mismo tiempo crítica en las obras de las artistas. A su vez, la palabra «interior» hace referencia al mundo íntimo que muestran algunas artistas en sus piezas, creando un comportamiento de falso voyeur en el espectador.
Seguramente si se piensa en el grupo cubista vengan a la mente los nombres de Picasso, Braque, Juan Gris, Lèger, Gleizes o Metzinger, pero difícilmente el de María Blanchard. La artista nacida en Santander nunca tuvo el reconocimiento merecido a su mente creadora a su participación en la renovación del arte, tanto dentro como fuera de España. Resulta especialmente hiriente que el marchante Kahnweiler cambiase su firma por la de Juan Gris en algunas de sus obras para aumentar su caché y que su presencia en las exposiciones del París de su época se llevasen a cabo con un intervalo de más de 25 años. Su visión del cubismo se alejaba de la frialdad, en algunos casos llegando a interpretaciones casi surrealistas por la intimidad con la que pintaba. Al igual que muchos de los artistas insertos en el cubismo, su obra sufrió una lógica evolución desde unos planteamientos coloristas y figurativos más cercanos a Diego Rivera (presente en la España de principios de siglo) hasta un cubismo sintético de la mano de Juan Gris.
Amparo Garrido expresa los sentimientos plasmados en su proyecto de este modo: «Pasear por el Tiergarten, es como estar metida dentro de un cuento. Un lugar para la fantasía y por eso mágico, donde surgen antiguos miedos y temores… como la angustia de la soledad, de sentirse perdida y abandonada… o como la atracción fatal que tiene la mirada de la belleza…» Así la naturaleza se convierte en intimidad a pesar de su magnitud, o quizá por ella. Explora en ella los límites de lo civilizado, de lo humano, asumiendo la disyuntiva entre lo sublime y lo ordinario.