Hasta el 28 de junio podrá verse en el Palacio Sarcinelli de Conegliano (Treviso) la muestra Carpaccio. Vittore y Benedetto de Venecia a Istria. El contenido expositivo muestra el mundo interior y atormentado pero líricamente poético del artista, uno de los creadores más cultos de su época y muy cercano al ambiente del humanismo véneto, que abordó en sus pinturas los temas caballeresco y corteses
De los dos miembros de la familia Carpaccio, el más importante, Vittore, el padre (Venecia, 1465?-Capodistria, 1526), alumno de Gentile Bellini, adquirió una vasta y compleja formación inspirada en la pintura flamenca, en los grandes artistas ferrareses y, especialmente, a las obras dejadas en Venecia por Antonello da Messina, de las que asimiló la precisión en las relaciones volumétricas y cromáticas. Fue un artista entre los más cultos de su época, cercano a los ambientes del humanismo véneto, y que en su abordó en su pintura temas corteses y caballerescos. Su fama se debe sobre todo a los ciclos realizados en Venecia para algunas hermandades: obras que han ejercitado siempre un fuerte influjo en la sensibilidad popular y en las cuales destacan, junto con el rigor formal, sus dotes de narrador.
Alcanzó la cima de la celebridad con el ciclo de las pinturas históricas para el Palacio Ducal de la ciudad lagunar (destruído en el incendio de 1577), para cuya realización colaboró con el maestro Bellini.
De hecho, Vittore, el Carpaccio más famoso –el hijo, casi desconocido en la historia del arte, se propone en esta cita como una revelación–, considerado uno de los mayores protagonistas entre los siglos XV y XVI, idealizaba el ambiente veneciano desde una visión que barajaba realismo y utopía, así como documentación y atractiva fábula literaria: el mundo elegante de las historias de Sant’Orsola, las victorias de san Jorge con el dragón o de la vida cenobítica del gran sabio Jerónimo.
En la historia, la interrupción de un equilibrio que aparecía perfecto se viene abajo en el puente temporal entre los citados siglos, debido a las guerras, crisis política, divisiones religiosas que provocan el ocaso de una época y afirman el despertar de otra, más dolorosa, más laica y desprejudicada, más arriesgada y libre en la evolución y transformación de los lenguajes del arte. En este escenario surgen los nuevos protagonistas: de Giorgione a Tiziano, de Lotto a Pordenone hasta Sebastiano del Piombo, y Carpaccio afronta el nuevo siglo sometiendo su lenguaje expresivo a una especie de prueba, de perfeccionamiento y de verificación.
El contenido expositivo acompaña a Vittore Carpaccio en esa investigación, en ese camino interior atormentado pero líricamente poético. Un viaje que sigue al pintor desde su centro de interés, de la capital al territorio, hacia el límite oriental de la República de Venecia, hacia la tan querida y luminosa Istria, muy pronto invadida por el potente ciclón de la Reforma. Su atención hacia los nuevos lugares se percibe claramente en la pintura Entrada del podestá Sebastiano Contarini en la catedral de Capodistria (1517) o la recreación de la ciudad de Pirano, descrita con una exactitud topográfica en el paisaje de la Virgen en trono con el Niño y Santos (1518).
Este recorrido se demuestra un cambio real y, al tiempo introspectivo, en el estudio de novedades, de estímulos inéditos, de lenguajes actualizados. ¿Visionario? El Oriente, ya sea idealizado o documentado, atraviesa su propio imaginario alentando su creatividad: Jerusalén, Constantinopla, Egipto y África del norte, con animales exóticos, palmas y desiertos, así como con llanuras y montañas verdes, despeñaderos y vegetación mediterránea; mientras las ciudades, las interpreta monumentales, repletas de antigüedades clásicas y de arquitecturas modernas… hasta su Venecia aparece fantástica y coloreada con un puerto multiétnico, salpicada de campanarios y probablemente minaretes, densa de palacios públicos y de moradas privadas.
Por su lado, su hijo Benedetto Carpaccio, del que se conocen pocas obras (firmadas y fechadas en el período 1537-1541) nació presumiblemente en Venecia a inicios del Quinientos y se estableció en Capodistria en donde estableció su taller de pintura tras la muerte del padre. Benedetto siguió utilizando los dibujos creados por Vittore, adaptándolos a un proceso de simplificación. De hecho, sus lienzos son brillantes y fáciles. Aunque, indudablemente menos dotado que su progenitor, hay que reconocerle la capacidad de la narración y de comunicación popular, acentuado con colores resplandecientes, otorgando espacio a nuevas devociones como Nombre de Jesús y trabajando para las órdenes religiosas tan importantes en la Istria de entonces. Benedetto abandonará la pintura por una ocupación administrativa en Capodistria, donde se supone acabó sus días a partir de 1560.
Carmen del VANDO BLANCO