El Museo Reina Sofía presenta en el Palacio de Velázquez del Retiro (Madrid) la primera gran retrospectiva de este pintor japonés fuera de su país, un artista que reflejó en su trabajo con incisiva lucidez las amargas consecuencias de las sucesivas crisis que perturbaron la economía mundial a partir de 1973. Hasta el 8 de septiembre
Tetsuya Ishida (Yaizu, Shizuoka, 1973-Tokio, 2005) forma parte de la llamada “generación perdida”, que creció embestida por la falta de expectativas, haciendo mella en una juventud cada vez más escéptica. Artista de culto en su país, en su corta carrera, solo diez años de actividad, reflejó con incisiva lucidez las amargas consecuencias de las sucesivas crisis que perturbaron la economía mundial a partir de 1973 y, más concretamente, el momento de recesión que vivió Japón tras el estallido de la burbuja especulativa en 1991.
Su formidable corpus de trabajo pone rostro a la desolación generalizada de una sociedad radicalmente alterada por los despidos masivos y la especulación. Sus pinturas, dibujos y cuadernos son un testimonio excepcional del malestar y la alienación del sujeto contemporáneo, denunciando sin tapujos su deshumanización.
Poco conocido hasta la fecha fuera del país nipón, si bien su repercusión internacional se ha visto incrementada en los últimos años, Ishida desarrolló un poderoso imaginario repleto de personajes híbridos y máquinas antropomorfas que reflejan la soledad, incomunicación y aislamiento, así como la profunda crisis de identidad que afecta al individuo en un mundo que lo ha convertido en una pieza intercambiable de un complejo engranaje al servicio de la producción y el consumo.
La muestra reúne una selección de 70 pinturas y dibujos realizados entre 1996 y 2004, representativos de las obsesiones y del particular universo estético del artista. La incertidumbre y el estancamiento del periodo oscuro que le tocó vivir, así como su reflexión sobre el trabajo, tiene muchos paralelismos con la crisis que desde 2008 afecta a la economía y la política a escala planetaria.
El título de la exposición, Autorretrato de otro, está tomado de una frase del propio artista y alude a la proyección de sí mismo en otros. De hecho, Ishida se identificaba con sus melancólicos personajes inmersos en escenas de alienación. En uno de sus cuadernos de apuntes y bocetos fechado en 1999 escribió: “Intenté reflejarme a mí mismo –mi fragilidad, mi tristeza, mi ansiedad– como una broma o algo divertido sobre lo que reír. Transformarme en objeto de risa, o de más tristeza. A veces era visto como una parodia o sátira de la gente contemporánea. Me expandí para incluir a los consumidores, los especuladores, los trabajadores y los japoneses. Las figuras del cuadro se expandieron hacia gente que puedo sentir”.
Muchas de las obras presentes proceden de Japón, especialmente de museos como el Shizuoka Prefectural Museum of Art, el Hiratsuka Museum of Art y The National Museum of Modern Art, así como del Estate del artista. Se muestran asimismo obras en diversas colecciones particulares de Singapur, Estados Unidos, Hong Kong y Corea y se incluye también un conjunto de cuadernos de apuntes, bocetos y escritos que recogen algunas reflexiones de Ishida en primera persona.
Personajes híbridos y máquinas antropomorfas
Los personajes retratados por Ishida con gran minuciosidad y su característica obsesión por el detalle se metamorfosean en híbridos de insectos, máquinas y medios de comunicación antropomorfos que encarnan el grado extremo de dominación de las tecnologías y la subordinación sin límites a una nueva e inescapable forma de esclavitud que no distingue entre trabajo y consumo. Posiblemente la fuerza de su realismo pictórico radica en su capacidad para conectar con el espectador sin necesidad de filtros.
La crudeza con que el artista interpela el presente nos devuelve una sensación de impotencia compartida. La imaginería del salary man designa al trabajador de traje y corbata que dedica su vida a la firma que lo emplea. El apático trabajador que protagoniza la acerada crítica de Ishida ha sucumbido con resignación a sus sueños y esperanzas. Al igual que los personajes de muchas producciones manga y anime, el artista utiliza la caricatura para mostrar al empleado adoctrinado que acata, sin derecho a réplica, su función instrumental en el engranaje productivo.
El trabajo como alienación
El espacio central del Palacio de Velázquez resume la temática de la alienación a través de la figura recurrente del oficinista que en las visiones enajenadas de la sociedad reflejada por Ishida personifica al empleado que ha perdido toda conexión con el producto fruto de su trabajo. Cinta transportadora de personas (1996) refleja, por ejemplo, los procesos de transformación de la cadena fordista de trabajo mientras que en Retirado (1998), el cuerpo troceado y empaquetado parece reducir su condición a la de un producto cualquiera cuyo tiempo de vida útil está marcado desde origen por la fecha de caducidad, En Toyota Ipsum (1996) Ishida retrata al arquetipo del trabajador que se compromete en cuerpo y alma con la filosofía empresarial de la empresa para la que trabaja.
En estas tres obras, así como en otras situadas a la derecha del Palacio, tales como Silla del jefe de departamento en un edificio abandonado, Bajo el paraguas del presidente de la compañía, Repostar comida, todas ellas fechadas en 1996, el artista despliega su amarga sátira social, despojando al milagro económico nipón de la posguerra de todo idealismo. Durante el periodo gris provocado por el estallido de la burbuja financiera a principios de los años noventa, la economía experimentó un decrecimiento y reestructuración integral urgida por su adaptación y reinvención progresiva a la automatización robótica que se intensificó en las fábricas a gran escala, al tiempo que la fuerza de trabajo se racionalizaba el sector de los servicios desplazó al de las manufacturas, alcanzándose una tasa de desempleo hasta entonces desconocida.
La temática del trabajo se complementa en la obra de Ishida con su obsesión por el cuerpo enfermo y por la muerte consecuencia del maltrato al que el individuo se encuentra sometido en su vida activa. En el ala derecha del Palacio se muestran un conjunto dedicado a esta temática que con el tiempo, fue tomando fuerza en su trabajo tornándolo más sombrío. El cuerpo infectado (Sin título, 2004) y las atmósferas acuosas y malsanas hicieron su aparición en obras Fluidos corporales (2004).
Control social desde la infancia
La zona a la izquierda del Palacio reúne una serie de obras de inicios de su trayectoria en torno a la escuela, la infancia y la adolescencia como primeros momentos de instrumentalización social y cultural del sujeto. La presión ejercida por una educación encauzada hacia los imperativos de productividad, competitividad y eficiencia, así como la escuela como espacio reglado de domesticación y control son evidentes en pinturas como Despertar (1998) o Prisionero (1999).
En estos trabajos, y al igual que ocurre con los empleados clones, la uniformidad del ejército de los estudiantes está impresa en el rostro de expresión neutra e inconfundible que se replica cuadro tras cuadro como reflejo de un mismo individuo en representación de muchos.
La desorientación y la soledad del adolescente alude a la creciente tendencia de la población más joven hacia la introspección, que en Japón ha derivado en la dramática expansión del síndrome del hikikomori, el encierro voluntario de muchos adolescentes que, inmersos en universos virtuales, eligen una existencia vegetativa al margen de la sociedad, como en las obras Cochinilla durmiendo (1995) o Invernadero (2003), que sugieren en su encierro larval.
La figura del niño aparece en la última etapa de Ishida como una regresión que alude a una búsqueda de identidad. En Viaje de regreso (2003), el imaginario de la infancia está ligado tanto a la sociabilidad como a la memoria afectiva que el personaje rebusca en el agujero negro de sus vivencias tempranas.
Con motivo de la exposición Tetsuya Ishida. Autorretrato de otro, el Museo Reina Sofía ha publicado un catálogo que, además de incluir imágenes de las obras expuestas, contiene textos de la comisaria Teresa Velázquez y de varios autores como Noi Sawarag, Tamaki Saito, Kuniichi Uno o de Isamu Hirabayashi, amigo de Ishida.