Tal día como hoy, hace 267 años, nació este pintor del neoclasicismo y los grandes cuadros de historia. Recordamos en el destacado de esta semana al maestro de genios como Ingres y retratista de Napoleón
El amante de la Cultura Clásica por excelencia nació el 30 de agosto de 1748 en una familia acomodada en la capital francesa. Con tan solo 9 años quedó huérfano de padre -con el agravante de haber sido asesinado- y desde ese momento estuvo bajo el cuidado de sus tíos, quienes propiciaron que el joven estudiase en el Colegio de las Cuatro Naciones. Rápidamente descubre su vocación, como manifestaban sus libros de texto repletos de dibujos, y se lo transmite a su familiares, en contra del deseo de su madre, pues quería que fuese arquitecto.
Sus primeros pasos en el mundo pictórico vienen de la mano de François Boucher, pintor de estilo galante y gran nombre en su tiempo. Sin embargo, es su propio tutor quien decide delegar la educación de David en Joseph Marie Vivien, un artista de gustos menos recargados y rococós, mucho más cercano a la recuperación del clasicismo. Bajo su manto, acude a la Academia de pintura y escultura -situada en lo que es actualmente el Museo del Louvre-. En esta institución trató de conseguir una beca para poder disfrutar de sus estudios en la Academia Francesa de Roma, fracasando cuatro veces desde 1770 hasta 1774 por diversas vicisitudes, pero al quinto intento logró su objetivo.
En Italia se siente fascinado por la Antigüedad y plasma las ruinas romanas en sus cuadernos, sustrato visual al que recurrirá durante toda su carrera. Además conoce a personalidades fundamentales para el neoclasicismo como Johann Joachim Winckelmann con su particular visión de la ruina y a Rafael Mengs, el que fuera tutor de Goya en la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara. A su regreso a París consiguió ser miembro de la Academia Real y residir en el Louvre, y recibió el encargo de pintar la tragedia del Juramento de los Horacios, para lo cual se traslada a Roma. Este lienzo constituye uno de los hitos del neoclasicismo francés, recogiendo las ideas del teatro de Cornaille y de la pintura de Poussin. Se recurre a la heoricidad de los temas clásicos, como es esta historia contextualizada en la guerra entre Roma y Alba, hacia el 669 a.C. La tragedia cuenta que por cada ciudad debían enfrentarse tres campeones de dos familias diferentes: los Curiacios y los Horacios. El destino quiso que estas familias estuviesen entrecruzadas, pues Sabina, hermana de los Curiacios, profesaba gran amor por uno de los hermanos rivales, mientras que Camila, de la familia contraria, estaba prometida con un Horacio. Pese a todo ello, los Horacios realizan el juramento de luchar hasta vencer para desolación del grupo de mujeres que aparece en la derecha de la composición. Más allá de la temática, el estilo y el modo de pintar la historia es lo que revela un gran clasicismo: el escenario parece casi teatral, como la recreación arqueológica de la Roma de la época, pero de un modo sencillo y de perspectiva correcta. Los protagonistas del juramento tienen la cabeza a la misma altura, y la empuñadura de las espadas constituye el centro del cuadro, mientras que una luz cenital y homogénea baña la escena. Por su parte, las figuras se dibujan de forma precisa y voluminosa en el espacio, siendo muy escultóricas y con gran claridad gestual.
La Revolución Francesa pasó también por sus manos. David defendió fervientemente la lucha contra el Antiguo Régimen y mostró su apoyo incondicional a la República con su arte. Los jacobinos escogieron al pintor por su militancia para conmemorar El Juramento del Juego de Pelota, asamblea donde se reunió el Tercer Estado. El lienzo era monumental, un verdadero desafío por su tamaño -más de diez metros cuadrados- donde debía incluir un millar de retratos en un espacio cerrado. Nunca llegó a terminarlo pero sí realizó numerosos bocetos, donde incluye elementos simbólicos como el viento de revolución que entra por la ventana y el abrazo central de los tres protagonistas.
Dos años más tarde y en el panorama violento de la revolución pintó uno de los mejores cuadros de historia. La muerte de Marat (1793) representa el asesinato de su amigo, periodista y parlamentario, con una sencillez abrumadora. Marat fue sorprendido en la bañera -padecía de una enfermedad de la piel que le obligaba a permanecer con el cuerpo sumergido durante largo tiempo- por una defensora de la monarquía llamada Charlotte Corday. La mujer llegó hasta la intimidad de su baño alegando poseer una noticia muy importante sobre la república. La pasión periodística terminó en puñaladas y David le representó justo en el momento en el que expiró su último aliento. Apenas hay sangre, la cabeza cae inerte, formando una vertical también con el brazo sin vida que aún sujeta la pluma con la que estaba escribiendo. Su rostro cetrino, el tono verde oliva y el fondo oscuro y vacío aumentan la sensación de frialdad y sobriedad del momento, representado casi como la muerte de un santo. El dramatismo también protagonista en El rapto de las Sabinas (1799) -otra vez un tema clásico utilizado como arenga y alegoría del presente-, y aunque el momento es agitado, David consigue una composición totalmente compensada.
Multitudinaria también fue la pintura dedicada a la Consagración de Napoleón y la coronación de Josefina. Celebrada en Notre Dame, la presencia del Papa ratifica el título de emperador de Napoleón, en una ceremonia donde cada uno de los personajes disputa un papel simbólico. El propio Napoleón está tocado por una corona de laurel, remitiendo al Imperio Carolingio. No fue el único lienzo que Jacques-Louis David realizara con la efigie del general. Napoleón cruzando los Alpes -del que realizó hasta cinco versiones- muestra una idealización enorme de su figura ecuestre y un aire de heroicidad desmesurado.
Más allá de los enormes lienzos históricos, Jacques Louis David fue un magnífico retratista, cambiando por completo la tipología utilizada hasta el momento. Ejemplo de ello es Madame Récamier, donde la joven aparece aparece representada como una vestal, en un entorno de claro sabor clásico, recostada sobre un diván que recuerda a un triclino.
Tristemente murió en el exilio en Bélgica tras la llegada de los Borbones al trono de Francia. Falleció por deformaciones en el corazón, órgano que fue trasladado al cementerio de Père-Lachaise en París, mientras que el resto de su cuerpo permanece en Bruselas.
Natalia de VAL NAVARES